Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













martes, 19 de julio de 2011

Max Lichtenstein

Fue Ignacio Espósito quien, a fines de 2005, me habló de Max Lichtenstein, poeta argentino radicado actualmente en la Ciudad de México, al menos hasta 2011 (ahora anda en Paraná). Me habló de él como se habla de la gente amable y admirable.

-Agus, boludo, tenés que conocer a Max. Es re pilas, un jugadorazo. Y cuando se empeda es divertidísimo.

Con el paso del tiempo, Ignacio mexicanizó su lengua y abandonó un poco las formas del habla argentina (aunque no el delicioso acento bonaerense). Pero entonces, en esa época, al toparme con el baterista de Vieja Estación en el Metro Patriotismo, muy de mañana, siempre recibía yo la fresca brisa de sus verbos agudizados (y si, por la gracia de Dios, aparecía la palabra morfar, saboreaba yo el exquisito recuerdo de las empanadas de elote bañadas en chimichurri).

Después de un abrazo fraterno, nos dirigíamos ambos al Metro Auditorio, donde nos despedíamos y nos separábamos. Nacho agarraba camino al lugar de su laburo, Pastas Confetti, en la calle de Óscar Wilde, y yo tomaba rumbo a Monte Pelvoux, donde estaban las oficinas de EHS Brann la agencia de mercadotecnia directa dirigida por don Octavio Herrero, el Dandy del Blues.

En una de esas ocasiones, Nacho me habló maravillas de Max y prometió entregarme un ejemplar de Mambos Religiosos, pequeño poemario que el autor acababa de editar con el apoyo del restaurante Como. Y sí, en nuestro siguiente encuentro recibí de mi amigo el libro, que ahora abro por enésima vez.

Pero vayamos al origen mismo de mi feliz encuentro con la poesía de Max Lichtenstein. Te pido, lector, que seas paciente: yo no tengo prisa por contar esta historia. Y si en ella encuentras pasajes surgidos de un aparente delirio, recuerda lo que acaba de decir el gigante Monsi: ...la verdad, ese género tan anticlimático.

The mistery case of Sunset Tower Hotel

Entre los textos que integran Burning in Water, Drowning in Flame, antología de Charles Bukowski que va de 1955 a 1973, hay uno que en particular me gusta mucho, dedicado A la puta que se voló mis poemas. No voy a traducirlo (no me atrevo) sino que, con su permiso, hare una paráfrasis:

A la puta que se voló mis poemas

Algunos dicen que debemos mantener fuera del poema
nuestros remordimientos, permanecer impasibles ante ellos.
Sí, puede ser una buena sugerencia.
¡Pero, carajo, doce poemas perdidos!
¡Y no tengo copias!

¡Y también te llevaste mis mejores cuadros!
¡No se vale!
¿Tratas de joderme, como al resto de tus clientes?
¿Por qué no te llevaste mi dinero? Es lo que se acostumbra.
Para la próxima, llévate mi brazo izquierdo
o un billete de cincuenta… ¡pero no mis poemas!

No soy Shakespeare, pero algún día dejaré de escribir.
¿Y entonces?
Dinero, putas y borrachos siempre habrá,
hasta que caiga la última bomba;
pero, como dijo Dios, cruzando las piernas:
Noto que he creado muchos poetas…
y muy poca poesía.

Siempre que leo To the whore who took my poems, llego a la cama y, antes de conciliar el sueño, me invento un personaje que investiga el delito contra Bukowski.

El Inspector Rumpelteazer toma el caso Bukowski

¡Pero qué halago! –dice el inspector Rumpelteazer mientras saca de una bolsa de su gabardina pistaches rancios y trozos secos de nueces de la India, que se lleva a la boca-. El tipo se coge a la puta, y la fulana resulta ser una admiradora de las porquerías que escribe este pelafustán indecente. En fin, como decía mi madre: hay gente para todo. Sea como sea, Bukowski debe sentirse halagado. Sin embargo, veamos… El asunto es averiguar si estamos ante un caso de robo burdo y sin sentido, o ante un nuevo episodio de secuestro de obras de arte en Los Ángeles.

Como siempre, el tejido de elucubraciones de Rumpelteazer se da mientras el inspector recorre a pie, sin prisas y acompañado de Avelino Müller, su asistente, el camellón de la Avenida Ámsterdam. Ahora, posa su brazo derecho sobre los hombros de Müller, y sigue…

-¿Qué interés pudo encontrar Natalia en los versos de Charles Bukowski?

-¿Natalia, dijo usted, inspector?, pregunta Avelino.

-Sí, Natalia, la puta ladrona… Hermosísima, eso sí, pecosa, de piernas como pilares de mármol, labios de clavel y nalgas de sueño; pero una tarada sin recato ni reposo, como la describo en El Hombre Brócoli...

-¡Ah, cómo no, cómo no! Ese texto fue la primera entrega de su bitácora electrónica.

-Recordarás, entonces, Müller, que ahí registro un misterioso asesinato en el Hospital Rubén Leñero, de la Ciudad de México.

-Sí, por supuesto. Culpa usted a Natalia Ruiz Ochoterena de la muerte de su primo Bacilio Macedonio Ruiz. Pero, inspector, el nombre de Natalia ha de ser el que utiliza la señorita puta ante sus clientes. Digo, no creo, de veras no creo que se trate de nuestra Natalia.

-Pues crees mal, Lino. Ya sabes que conmigo avanza la pesquisa a la manera de un concierto de música alemana: allegro con brío, andante con moto, a veces prestissimo, y en ocasiones affrettando. El nombre que utilizó la bagasa ante Bukowski fue Polita del Rosal. Pero ya sé de quién se trata: la nunca bien ponderada Natalia Ruiz Ochoterena.

-¿Está usted seguro, inspector? ¿Estamos hablando de la misma Natalia? ¿Natalia Ruiz Ochoterena, la prima idiota pero buenísima de Bacilio Macedonio Ruiz? ¡Recórcholis!

-Sí, ella, buena entre las buenas. ¿Te he dicho, Lino, que Natalia y yo vivimos juntos durante dos años? ¡No entiendo por qué decidió ejercer la prostitución!

-¿Y cómo le fue durante su… vida con Natalia?

-Bien, bien. Muy bien. A cambio de retirar los cargos, ella me aceptó como marido. Y ahora que lo pienso, digamos que me pasó lo mismo que al personaje de Tom Hanks en Insomnio en Seattle…

-Sam Baldwin, de quien se enamora Meg Ryan.

-¡École cua! Frente al recuerdo sublimado de su esposa muerta, Sam Baldwin explica a Annie: Era como regresar a casa, pero a una casa en la que nunca antes había estado.

No contaré detalladamente las averiguaciones de Rumpelteazer. Bastará con decir que el inspector descubrió que Natalia, en su papel de Polita del Rosal, extrajo el legajo de Bukowski mientras el poeta dormía plácidamente en un viejo sofa de cuero agrietado color de aceituna.

Se habían hospedado a las 11:43 en el Sunset Tower Hotel, y retozaron en la cama hasta las 19:28. El análisis de laboratorio que se hizo de las sábanas indica que la parejita bebió Jack Daniel´s rebajado con Pepsi Cola (esto coincide con una de las perversiones de Natalia conocidas por Rumpelteazer: a la prima de Bacilio siempre le ha gustado que el amante tome un trago de Jack Daniel´s con Pepsi, y que inmediatamente vierta el líquido desde la boca al interior de su... cosita).

La sigilosa Polita, es decir Natalia, salió de la habitación, y luego dejó el edificio, exactamente a las 20:43, para dirigirse a la avenida La Brea. Ahí se le pierde la pista, pero sabemos que Natalia escuchó en el trayecto Bird dream of the Olympus Mons, de Pixies.

Mientras tuvo puestos los audífonos de su aipod, se imaginó transformada en Kim Deal.

Crying for Douglas

Terminó encontrándose con Mónico Aparizio, su proxeneta, en el cementerio Hollywood Forever, junto a la tumba de Douglas Fairbanks (a la orilla del estanque). Los microfonos escondidos del cementerio registraron la siguiente conversación:

-Hi, my name is Mónico Aparizio.

-Sí, ya sé, I know, papito: you are my pimp, my magnaccia, my cafisho, my cafiolo. ¿Por qué siempre haces like si fuera la primera vez que nos viéramos? ¿Te excitan las desconocidas, mono Mónico?

-I came to kill you…

-¡Ni madres, güey! A mí no me vengas con tus jaladas. Don´t pull me, nene. A ver, dame un trago de tu cheap tekila.

-I am just a cowboy in a Pixies song. Take care, mis pistolas are ready.

-¡No, qué chingaos, take care you, bato! Toma, papito, aquí están los pinches peipers que querías…

-Look my texana. It is great, ¿no?

-Superduper tu chaqueta, Aparizio. Toma, y déjame ir a descansar. Luego me regreso a Bagdad, para que no me encuentre Bukowski.

-Kill gabacho, puto reventón armaré.

-Mejor drive your troka into de ocean, whatever that means, chiquito.

Mónico Aparizio vio a Natalia desaparecer del cementerio, se sentó en la tumba de Fairbanks y espero la llegada de quien lo había contratado para robar los manuscritos de Bukowski.

Dos horas más tarde, apareció en el Hollywood Forever... Max Lichtenstein.


Aunque los detalles del encuentro entre Mónico Aparizio y Max Lichtenstein en el Hollywood Forever Cementery de Los Ángeles son mera especulación, debemos admitir que hay en ellos, en los pormenores, un alto grado de verosimilitud, a juzgar por la lectura minuciosa de Mambos Religiosos y por la más reciente declaración de Polita del Rosal en Misterios y Escándalos

¡Yo no sé! A mí ni me digan –dice Polita a un babeante A.J. Benza-. Cuando leí Lifeblood (el noveno poema de Mambos…), percibí esa manera que tiene Bukowski de… sangrar mientras ama. Claro, me cae que Lichtenstein es más dulce: si en otras partes alcanza la indecencia y la sordidez del poeta angelino (Sonrío porque estoy meando, escribe Max en Baño Bar), aquí, en Lifeblood, alcanza el sabor de la comedia negra, es decir, la mezcla de violencia y ternura que tanto apreciamos en Edward Albee, por ejemplo. ¿Puedo decir el poema, para explicarme, señor? ¡Me lo sé de memoria! Dígame si no podría ser Richard Burton quien pronunciara estos versos frente a Liz Taylor en Who´s afraid to the Big Bad Woolf? El primer verso es pocamadre (amazing line, mister Benza, amazing line: I cut my face with roses…).

Me corté la cara con rosas
y sangré como un desgraciado (no estuviste ahí
para verlo)
Ya entré en el círculo de una persona
y no me van a dejar salir
El amor se me hizo más frío que la muerte…
Ya casi confiaba en las rosas
ya casi me desnudaba ante ellas
pero me corté…

¡Ay, carbón, que poema más sirlón para el pipirín! –suelta Polita, para tormento del subtitulaje.

¡Párale, Müller! -dice Rumpelteazer, al tiempo que regresa al plato hondo el puño de palomitas que ya iban a su boca.

¿Qué pasa, inspector? –pregunta Avelino, y pone pausa.

-A ver. A ver. Esto sí es nuevo para mí. ¡Ahora resulta que Natalia, la idiota, sabe mucho de poesía y de cine!

-Así parece. ¡Y qué guapa es, a propósito! Qué linda ella, inspector, qué rechula…


-¡Dilo, Müller! Puedes hablar con franqueza: Nati ya no es mía. Di que tiene las nalgas del universo, y que su vientre anuncia la magia de su pubis; di que sus piernas son dos columnas dóricas de robusto fuste, y que toda ella te despierta las ganas de ejercer la aruspicina en su cadáver aún caliente y palpitante. ¡Di que te mueres de ganas por atacarla, montarte en ella y traicionar el contrato social y los acuerdos de nuestra civilización!

-Mire, inspector: yo, en realidad... Pero bueno, digo, en cuanto al coeficiente intelectual de Polita del Rosal, ¿no se ha exagerado sobre sus carencias, mientras que sus haberes han sido subestimados, despreciados, ignorados?

-De tus riquezas no tengo quejas, dice el poeta Bacilio. Pero en el caso de Natalia, éstas no pueden referirse a la azotea, porque la tiene llena de madreselva de estupideces. Su prodigalidad es formal y de volumen. Exuberante, el cuerpo de Natalia es el Mare Magnum; pero tiene vacío el coco, aunque ahora se las dé de cinéfila y lea a Max Lichtenstein.

-Recuerde, inspector, aquello que dijo Publio de Siria, el mimo vencedor de Décimo Laberio…

-El mismo vencedor, querrás decir.

-No, inspector: el mimo. Es que el sirio era mimo…

-¿Y qué dijo el mismo mimo?

-Sin mimar, sentenció el mimo sin miasma: Sensus, non aetas, invenit sapientiam.

-Es no la edad sino la inteligencia la que encuentra la sabiduría. Sí, sí, sí, pero volvamos a los poemas de Bukowski robados por Natalia y entregados a Mónico Aparizio para beneficio de Max Lichtenstein.

-Nos quedamos en que Mónico entregó los veinte poemas de don Carlos al joven Max, quien a su vez los convirtió en Mambos Religiosos. ¿Seguimos en esa línea de investigación?

Rumpelteazer retira de la mesa los restos de botana y los vasos de whisky tibio, y coloca frente a sí Mambos Religiosos, abierto en la página 30. Lee entonces, Nicotina en tus ojos. No lo dice, lo balbucea, y a ratos garabatea en un cuaderno escolar misteriosos signos y palabras sueltas: barco, palacio, recuerdos, mar, niebla, juguete... Llega a los últimos versos, que pronuncia con excelente dicción y absoluta nitidez, bien pausado:

Vos me llevas a mí
como una mentira de verano
que se acaba pronto.

El inspector lo repite cinco veces, como si buscara en los versos al Bukowski extraviado. ¡Pero nada! ¡Esto no es Bukowski! Bueno, sí y no. El belleco Lichtenstein ha sabido disfrazar su plagio. ¿Cómo? ¡Escribiendo nuevos versos, hasta dejar a Charles irreconocible! Porque, a ver, vayamos a El amor es un perro infernal:

Tomamos vino y vimos horas TV
y cuando nos metimos a la cama
a dormir
se quitó la dentadura
toda la noche.

¡Ése es el Bukowski que todos conocemos! Max Lichtenstein, en cambio, es más reflexivo. Escucha esto, Müller, página 24:

Las certezas se van por los ríos más sucios.
Los ríos en los que nadie se baña...
salvo tú, conejito mío.
Cómo te extraño, mi conejo negro.

De cualquier manera, nos enfrentamos a veintidós poemas provocadores y descarnados (veintidós, y no veinte) que desnudan el pensamiento de la calle (no necesariamente el pensamiento de Lichtenstein sino, insisto, el pensamiento de la calle). Sí, eso es: Mambos Religiosos pertenece a la calle, ahí se gestó, seguro, ahí creció, ahí fueron escupidas sus veintidós cosas.

-Pero, inspector, ¿qué pasó entonces en el Hollywood Forever Cementery? ¿Qué hubo entre Mónico y Max? ¿Qué entregó el uno al otro?

-No sé. Lo que sí sé es que no fueron los poemas de Bukowski. Ésos se los quedó Natalia, es decir, Polita del Rosal.

-Pero, señor...

-Mira, Müller, Max Lichtenstein tiene entre sus virtudes un oído prodigioso y una voluntad renacentista por registrar sin filtros lo que ocurre en la mente de sus contemporáneos. Sus poemas son redes de Palabras Peces (peces que son a su vez las palabras, las frases y las ideas que nadan dentro de las Cabezas Acuarios de una generación, la suya). ¿Qué necesidad tiene, por Dios, de plagio alguno?

-Hablemos, entonces, de inspiración.

-¡Ni siquiera, Avelino, ni eso! Max Lichtenstein está más cerca de Lawrence Ferlinghetti que de Charles Bukowski. Pero de eso hablaremos en otra occasion, querido amigo, apenas se publiquen su poema-crónica Viva México, y su poemario Ella mató un policía con un libro.

-¿Y no podemos comenzar ahora?

-No, Müller. Ahora tengo que encontrar a Natalia. ¿Cuánto andará cobrando la hija de la rechintola? Digo, porque yo no soy poeta.

-Dicen que hay cola para estar con Polita del Rosal y obtener sus favores. Y que las mujeres también se forman. Eso dicen, inspector. Yo, la verdad, no sé.

Si deseas adquirir un ejemplar de Mambos Religiosos, busca a Max Lichtenstein y di que vas de parte de Polita del Rosal, y Max te hará un descuento en la venta de su pequeño y hermoso libro.

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